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Es posible vivir en el D. F.

Ni el ruido provocado por la repetición machacona de publicidad mega millonaria pagada con nuestros impuestos acerca de lo bien que vamos, los logros obtenidos y las compromisos cumplidos; ni el circo que implica la celebración ostentosa -oculta tras el mensaje subliminal de “gobierno” bicentenario-  del mes de la patria, borrarán, la angustia de: no poder delinear un futuro personal y familiar, ni la incredulidad para todo lo relacionado con una guerra, respecto de la cual el pueblo está convencido de que no era nuestra; el negocio de la droga se estaba arruinando -para y en los países primer mundistas- y por eso había que debilitar a los capos; suman miles las víctimas directa, indirecta o colaterales de esta situación de violencia generalizada y sin control, amén que todos los días son violadas las garantías individuales y sociales ganadas a pulso durante 200 años cuya historia hoy se distorsiona en los medios de comunicación.

Se violan las garantías individuales cuando en la ciudad de México, es nulificada la igualdad constitucional de las personas, discriminado a muchos con argumentos inverosímiles, como tú eres –o vives en una calle de- rico y por eso pagas una tarifa más alta de agua. Hay burla a los derechos cuando se ignora la voz popular ejercida de manera directa o en procedimientos judiciales, para impedir la violación al uso de suelo que tarde o temprano resulta en degradación de la calidad de vida en amplias zonas habitacionales de ésta que es la quinta ciudad más poblada del mundo.

Por más que trabajen los suertudos no excluidos de las filas productivas del país, el déficit es un fantasma que ronda, cuando se debe gastar en subir la barda perimetral de nuestra casa o negocio, o instalar un sistema de alarma y hasta contratar personal de vigilancia que luego resulta ser responsable de secuestros, y robos con violencia sufridos por la gente de bien. ¿Cómo puede calcular su costo de vida frente a apagones que dañan sus aparatos o cuando menos le obligan a adquirir reguladores para cada uno de ellos? ¿Qué porcentaje se debe incluir en este costo, para “propinas” o “regalitos” otorgados “voluntariamente a fuerzas” a favor de: el de la ventanilla burocrática, el recolector de basura, quien desazolva las alcantarillas, el policía de barrio, el “viene viene” apropiado de la vía pública e incluso de los espacios comerciales de estacionamiento? ¿Cuánto debe programar el ciudadano de su devaluado ingreso para pagar abogados que le ayuden a defenderse de autoridades prepotentes como las de CONACULTA, cuya presidenta públicamente se mofa de la voluntad vecinal, diciendo que sin importar lo que éstos digan ella continuará su caprichoso proyecto de ponerles un  restaurante y bar en zona habitacional del centro histórico de Coyoacán? ¿Para cuanto le alcanza su limitado o amplio ingreso y su golpeado ánimo cuando debe reponer, los bienes robados en su negocio e incluso en las instalaciones de la obra de beneficencia que Usted apoyaba? ¿Le dan ganas de reabrir y seguir luchando por México cuando sabe que los malos  -que ya han marcado territorio incluso orinando y defecando en lo que antes era su soberana propiedad- se han enseñoreado en todo el territorio y que nadie existe para defenderlo? ¿Cómo explica el trato diferenciado para favorecer a algún miembro del espectáculo o la política, mientras que usted ciudadano común debe sufrir el desprecio de la autoridad indagadora, juzgadora y ejecutora? ¿Le parece que la justicia sigue viva? ¿Por qué es más importante la detención de un delincuente –llámese Caro quintero o la Barbie- que la equidad para más de cien millones de habitantes de un país cuya gente productiva y con valores está huyendo sin la menor preocupación por parte de quienes debían protegerlos?

A finales de los setenta, el presidente de la república se ocupó en dialogar personalmente con agricultores y ganaderos del norte del país que habían planeado dejarlo por la disminución de políticas de apoyo al campo. ¿Sabemos cuantos finalmente se han ido? ¿A quien le importa realmente el éxodo de la gente harta de extorsiones, robos y el despotismo de autoridades inconscientes? ¿Por qué nuestros músicos, científicos, empresarios medianos y pequeños, prefieren salir a sufrir en país ajeno la amargura del rechazo y el dolor de amar a Dios en otras latitudes? La respuesta es simple, cualquier cosa parce mejor que seguir en un país, al que se ama, con cuyas raíces se está identificado y al cual se extrañará por sus luces y juegos, algarabía, sueños y alegrías, sobre todo por la impotencia ante el trato cruel que se da a los seres queridos. Al igual que los millones que ya se establecieron y se acogieron a la doble nacionalidad en Estados Unidos y Europa, la gente de bien se acostumbrará a la ausencia del júbilo que estalla en colores, aromas, sabores, coplas, cantos y cuentos, como alguna vez escribió Germán Deheza. El costo de quedarse es tan grande y la presencia personal importa a tan pocos, que se está dispuesto a dejar atrás el país de la sonrisa inminente, mi casa que ofrecí como tu casa al otro, la esperanza por la que luchamos por décadas pues a nadie le importa saber cuales fueron los logros. En la justa búsqueda de la paz y la seguridad, un buen número de buenos mexicanos se han ido ya, con las esperanzas que siempre les acompañaron, pero que en los últimos años les ha sido robadas, secuestradas,  violadas, extorsionadas, ignoradas, excluidas.

No hay rencor contra la patria, que no es mejor que otras, aunque es nuestra patria. La tierra se deja desde hace muchos siglos en la búsqueda de nuevos horizontes, el costo de migrar es alto, se rompen vínculos, se arriesga la vida -como en el caso de los miles de sudamericanos que por aquí pasan- pero si hay suerte, se alcanza otra vida, se mantiene la esperanza, quizá ya no para uno por haber envejecido, pero si para los hijos y los nietos. Y mientras el costo de vivir en México siga siendo muy alto, el mundo también continuará rodando, con cada mexicano sobre su corteza, sin importar en que suelo estén asentados sus pies.

AHÍ SE LOS DEJO…

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