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La radio según León Felipe y Alfonso Reyes

En 1934, el monumental León Felipe (nacido León Camino Galicia de la Rosa un 11 de abril de 1884, es decir hace 127 años), estuvo en el puerto de Veracruz y ahí, en una conferencia que hoy no tenemos forma de saber si fue sobre una roca en las aguerridas playas del heroico puerto, o bajo una palma borracha de sol en Mandinga con un minjul en la mano, o en las doradas dunas que arrancan al pie del trono del Cacique Gordo en Cempoala y se rompen contra los acantilados de Tehuistlán en donde vagan las almas de nuestros antepasados, nos reveló La Verdad:

“¡La radio es un gran confesionario!”

Tengo en mi poder una copila ológrafa del texto felipino. La letra es Palmer, precisa aunque suave, salida de lo que se me antoja fue un estilógrafo de consejero áulico. El original debió ser en tinta negra.

Santayana lo dijo en su momento, aunque parece que nadie lo escuchó: “Quien no conoce el pasado está condenado a repetir sus errores”. Juzgue entonces el lector si este texto es o no consejo de valía para operadores y auditorios de la radio en los días políticos que tenemos a la vuelta de la esquina:

 “¡Eh!… ¡Hallo!… ¡Aquí! ¡Soy yo! ¿Quién me escucha? Nadie – nadie me escucha – Nadie me escucha – ¿Me escucha alguien? Esto es una broma… me han encerrado en este cuarto misterioso y polvoriento […] y me han dicho que empiece a gritar delante de un postecito metálico y brillante que se alza del suelo y me llega exactamente a la boca.

“Eh… aquí… hallo – soy yo… creo que nadie me escucha… y que nadie me interrumpe… y que nadie me responde… Seguiré gritando, sin embargo… Soy un hombre escéptico… pero social y confiable también… No puedo admitir que alguien quisiera confundirme o engañarme… Acabo de llegar a Veracruz y camino guiado como un ciego.

“Me sujeto a las costumbres y a los ritos de los pueblos donde llego… Y entro siempre con los ojos vendados por las puertas de la ciudad amigos: todo pueblo es sagrado… y cualquier casa puede ser la morada de un Dios donde el milagro se produzca. […] ‘Este es el lugar… Habla…’ me dice el director de esta casa, quitándome la venda.

“Esta es la tribuna moderna y municipal… el […] escenario del pueblo el estrado invisible… la gaceta y el diario del aire… ¡la bocina del viento!

“Estás frente a la Radio… Detrás, queda el mercado… los que trabajan y los jueces… Te escuchan todos… ¡Habla! Di lo que quieres.

“¿Esta es la Radio? ¿Esta varilla erguida de metal?… ¿No es una serpiente puesta de pie por la flauta encantadora de un mago? ¿O es la misma la misma flauta encantadora? Me parece mi propio báculo clavado sobre la tierra. O ¿es un pequeño árbol plantado en mitad de mi camino?… El arbolillo escueto de Navidad donde se cuelgan y se encienden símbolos y metáforas… parábolas y canciones?…

“El Director de esta casa me detiene otra vez para instruirme y me dice:

“–La Radio es un gran púlpito.

“–Yo no vengo a predicar –le digo.

“–También puede ser una cátedra.

“–No tengo nada que enseñar.

“–Puedes cantar una canción.

“–Nadie sabe hoy cantar… ¿Sabéis vosotros cantar? Los maestros de canto se han ido a clavar ataúdes y a enterrar a los muertos.

“–Cuéntanos un cuento, entonces…

“–¿Un cuento?… Ya se han contado todos… Todos los cuentos se han contado… y todos se han grabado y archivado… El Hombre no tiene hoy nada que contar. Puede decir avergonzado algunas cosas, y confesarse honradamente con sus hermanos…

“–Entonces… (me interrumpe otra vez el Director), de qué sirve esta maravilla… este descubrimiento prodigiosos…? ¿Para qué se ha inventado este artefacto, esta Radio milagrosa que puede llevar la palabra del Hombre hasta el corazón […] de los astros?

“–Tal vez… para que el Hombre se confiese.

“A mi me parece que es un gran confesionario, una dádiva sagrada que nos han regalado los Dioses para que el inglés o el español, por ejemplo le cuenten sus crímenes y sus pecados al chino y al esquimal… Para confesarse los hombres… todos los hombres del mundo, los unos con los otros, los del norte con los del Sur… se ha inventado este aparatito.

“No tenemos nada que enseñar… sobre púlpitos y cátedras…. Y todavía no tenemos nada que contar… Mi opinión es que mientras el hombre no tenga los pies y las manos muy limpios… tendrá ronca la voz. Podemos contar… contar… no referir… sino enumerar… Una… dos… tres… Una injusticia… dos injusticias… tres injusticias… la injusticia política… la injusticia eclesiástica… la injusticia social… etcétera.

“Yo he venido aquí, como voy a todas partes, a confesarme, honradamente, con los que me escuchan. Y después de saludar a todos según las costumbres de la Tierra… me arrodillo… hago la señal de la cruz… y rezo el yo pecador.

“Así comienzo siempre mis discursos, mis poemas… y todo cuanto tengo que decir: Confesándome… Y digo que cualquier tribuna hoy no puede ser más que un confesionario… y que la Radio es el más grande de todos… Un confesionario inmenso de [onda] telúrica y sideral…. porque tenemos que contarle nuestros pecados a los hombres, a las piedras… y a las estrellas.

“Y lo que voy a decir ahora… no sé si es una confesión o una lección ingenua y [humana] de catecismo. ¿Dónde está Dios?

Oh… quién me diere el saber dónde poder hallarlo… Y Dios está en todas partes hijos míos.

“Dios está en todas partes, en la tierra en el agua y en el viento… Pero hoy nadie lo encuentra. Nadie: ni el detective, ni el sabueso ni el poeta… Y estas son hijos míos las tres primeras letras que tenéis que aprender en las escuelas para buscar a Dios: S.O.S.”

El 21 de enero de 1945 apareció en la revista Todo México un artículo de Alfonso Reyes. Duele documentar cómo la mezquindad y la pequeñez que trae consigo el amor al dinero, disminuyeron el alto ideal que se tenía de la radio. Después vino la televisión, claro.

“Con motivo de la campaña alfabética, han aparecido por ahí artículos sobre la importante función de la radio y los servicios que puede prestar para semejantes empresas de educación social. Me siento animado a suscribirlos todos. Cuanto acentúe la importancia de las nuevas artes -radio, cine-, cuanto contribuya a orientarlas y a utilizarlas en la construcción humana, que es nuestro deber inapelable, merece la mayor simpatía y la mayor atención por parte de los hombres de buena voluntad, ora pertenezcan a una o a otra de las tres clases en que los antiguos dividían a los ciudadanos: la carrera de los honores (la política), la de las armas (la milicia), o de las letras (la cultura).

“Aunque mucho se ha escrito ya sobre estas nuevas artes, y aunque en el cine, por ejemplo, debido a los cánones de Hollywood, se hayan introducido ya algunos esquematismos y rutinas que no dejan de desvirtuar la libre invención y de atajar los saludables sobresaltos del proceso vital, parece que tales nuevas artes van a disfrutar del privilegio que acompañó al crecimiento de la tragedia griega. Consiste este privilegio en no haber tenido que sujetarse a una preceptiva teórica y apriorística. Las reglas, las uniformidades, los automatismos de la tragedia, eran efectos de la necesidad, impuestos por las circunstancias y los ambientes físicos y mentales.

“Ahora bien, si deseamos hacer entrar estas nuevas artes en los cuadros de los géneros clásicos, fácil nos será acercar el cine a la función literaria episódica (teatro-novela), y aun darle el crédito de que está llamado a ser la forma por excelencia para la épica de mañana; que ésta ya se resiste mucho a caminar sobre la sola expresión verbal, y en cambio se desliza muy a sabor sobre los complementos visuales que aportan la fotografía o el dibujo en movimiento.

Y, en cuanto a la radio -que en muchas de sus fases será sólo un refuerzo de la difusión literaria y la musical-, en una de sus aplicaciones más características vendrá precisamente a sustituir a la antigua oratoria.

“Aquí no entendemos por oratoria ese inútil alarde, esa danza de palabras ociosas ante un público sometido al chubasco por deber cívico o social, o arrebatado en el torbellino por la polarización fanática de unos instantes: no. Entendemos por oratoria todo aquel sistema sustentado en la retórica, en que Isócrates fundaba las bases del humanismo político y que Quintiliano organizó en verdadero programa de educación liberal. Entendemos por oratoria la educación de la sociedad por el hombre que ora o habla, a través de los recursos de la persuasión, servidos por el encanto artístico. Cuando los sofistas, fundadores de la ciencia social, abrían escuelas de retórica para formar oradores, querían decir: para formar directores políticos, maestros del pueblo, pilotos responsables de la nave del Estado.

“Pues bien, esta función de tremenda responsabilidad ha caído hoy en mano de los locutores de la radio. No de los meros anunciantes, claro está, sino de los periodistas del micrófono, que todos los días difunden informaciones, comentarios, consejos, ideas.

“La radio es instrumento de primer orden en esta educación que nos espera más allá de los años pueriles y juveniles, más allá de las escuelas, en el aire mismo de la vida, y que acompaña sin remedio toda nuestra existencia y la va modelando a lo largo de nuestros días.

“De esta construcción diaria del hombre por el hombre resultan el carácter y el valor de las civilizaciones. Los griegos la llamaron paideía, palabra desenterrada en nuestros días por el humanista Werner Jaeger y que es a la pedagogía lo que el género a la especie y lo que el todo es a la parte. La radio, nueva arte oratoria, instrumento de la paideía, tiene ante sí vertiginosas perspectivas. No sabemos hasta qué punto influirá en las determinaciones futuras de la especie humana. Por eso nos indigna tanto que se la use, en ocasiones, a tontas y a locas.”

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla. 

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