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Terrores nocturnos: "Mi hijo no quiere dormir solo en su cuarto"
La solución implica disciplina y confianza basada en la cercanía.
Es un reflejo de lo que trasmiten los padres a sus hijos.
Es un problema común de muchos padres de familia: “mis hijos no quieren dormir solos en su habitación”. En sí mismo es un problema que puede desatar la controversia porque hay opiniones de sobra: las de los abuelos, las de los pediatras, las de las amistades, las de los líderes de opinión al respecto, las de las psicólogos, etcétera. “Siendo sinceros es un problema fuerte que incluso puede acarrear conflictos en la pareja, sobre todo cuando mamá y papá no se ponen de acuerdo sobre el cuándo y el cómo hay que sacar de su cama a los niños”, explicó el Dr. José de Jesús González Núñez, presidente honorario del Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social A.C. (IIPCS).
Algunos criterios que aluden al origen y solución del problema son:
– Genética: El miedo a la noche es una rasgo genéticamente heredado de toda la especia humana y que se refiere a los primeros tiempos, cuando los humanos eran presas de los grandes mamíferos y sus predilectas eran los niños. El único modo de protegerles era dormir en la misma cueva con sus padres. Esto se traduce en que los humanos actuales, sobre todo los niños y los bebés, le tienen un miedo innato a la oscuridad, por la huella genética que todos portamos.
– A nadie le gusta dormir solo. El ser humano goza de dormir en compañía y es un aspecto inherente a la especie. “En términos generales a la gente no le gusta dormir sola porque es uno de nuestros objetivos: vivir en pareja. Pero hay que dejar claro que esto no tienen nada qué ver con lo que plantea la psicología moderna con relación al desarrollo infantil”, explicó el especialista.
– La psicología infantil. Establece sus criterios con base en estudios científicos y datos estadísticos sobre el tema, cuyo fin es consolidar desde el punto de vista de la salud mental, la autonomía emocional de cada ser humano con respecto a sus padres. “Con base en ello sabemos que los adultos que prolongaron la estancia de sus hijos en su recámara serán más dependientes en su vida adulta y poseerán trastornos del sueño, entre otros problemas emocionales”, explicó el especialista.
“Las criterios descritos en realidad no se contraponen. Para cada etapa hay un espacio, es decir, el tiempo donde el bebé debe dormir con las padres que debería ser en los primeros cuatro a seis meses, cuando médicamente el bebé deja de ser bebé para convertirse en un niño. A partir de ahí es necesario trasladar al infante a su propia habitación porque de no hacerse en ese lapso, será muy complicado hacerlo después. Cabe señalar que nunca es bueno dormir en la misma cama, lo ideal es poner la cuna del bebé o bambineto junta a la cama.”, sostuvo. Los seis meses son una edad arbitraria que puede variar de un infante a otro y oscilar entre los 5 y los 8 meses de edad.
Entre los problemas que se presentan cuando un niño de seis a ocho meses en adelante sigue durmiendo con sus padres son:
Es peligroso porque uno de los padres pueden voltearse y sofocar al niño.
Dormir todos juntos es incómodo y no es posible conciliar un sueño profundo.
El niño o el bebé confundirá los ciclos de sueño.
La relación bebé – padres no se basa en la confianza sino en la proximidad.
Crea dependencias, miedos y pesadillas a futuro en el niño.
El niño no aprenderá el sentido de la privacidad.
Se retrasará el desarrollo de su individualidad.
Puede convertirse en un niño inseguro y dependiente de los papás.
¿Cómo enmendar el error?
El especialista explicó que no existe un modelo a seguir y ese uno de los puntos por los cuales los padres fracasan en su intento. “Ante todo está de por medio la disciplina y sobre todo reforzar la confianza entre padres e hijos. Aquí surge el otro conflicto, si los padres han carecido de disciplina y de confianza en sí mismos se transmitirá a los niños”, dijo.
De cualquier forma con base en casos clínicos el Dr. González Núñez dio a conocer unas sugerencias al respecto.
La forma menos complicada es crear una rutina para dormir cuyo fin sea la confianza entre padres y niños y no la proximidad.
Si el niño visita la cama de los padres por la noche, éstos deberán mandarlo de vuelta cuantas veces sea necesario. No es necesario decirle nada, sólo con el hecho de llevarlo a su cama bastará, pero al día siguiente es recomendable explicarle el por qué.
El objetivo es que el niño le haga frente a los temores nocturnos, si tiene una pesadilla hay que estar con él hasta que se le pase el temor.
La rutina para dormir debe iniciarse una hora antes (cenar, lavarse los dientes, leer un cuento, rezar, etcétera) y siempre a la misma hora. Así el niño de antemano sabrá las cosas que debe hacer y lo que se espera de él.
Los padres tienen que tener la seguridad de que sus hijos tienen la capacidad de poder dormir solos.
“Un adulto que le tuvo miedo a la noche en su infancia probablemente trasmitirá este temor a sus hijos. Un adulto que es inseguro le trasmitirá eso a sus hijos. Un adulto que le cuesta trabajo estar solo, también formará hijos con ese problema. Un adulto que es indisciplinado y tiene malos hábitos también se los pasará a sus niños. Como puede verse el problema no son los niños, somos los adultos. Por eso es un problema más profundo de lo que se cree y en casos extremos lo ideal será acudir con un especialista”, dijo.
Para mayor información consulte: www.iipcs.edu.mx