Goodbye, Punch!
Por: Miguel Ángel Sánchez de Armas
Hago un paréntesis en mi anunciado receso académico para hablar de Punch Sulzberger, el peculiar editor y propietario del altivo New York Times que falleció hace unos días.
Su nombre completo era Arthur Ochs Sulzberger. Durante 34 años estuvo al frente del diario que su abuelo compró en 1896, y lo llevó del linotipo a la computadora y de la presencia regional a la influencia internacional.
Llama la atención que Punch desde joven parecía destinado a la gris existencia de un joven rico, no muy inteligente, apocado, heredero de la fortuna familiar y lejos de las prendas del periodista. En 1955 fue a las carreras de autos de Le Mans. Uno de los pilotos perdió el control y su bólido invadió las tribunas, con un saldo de 82 muertos. Punch, no sabemos si triste, horrorizado o al borde de un infarto, se retiró del circuito… y no se le ocurrió hablar a su periódico para pasar la nota.
Era tímido, ensimismado y no se sentía a gusto entre las ruidosas, vanidosas y frecuentemente fatuas personalidades de los reporteros y articulistas que se saben miembros de un gran periódico. Ilustra su carácter lo que le dijo a su hermana Ruth cuando asumió la presidencia de la empresa, posición en la que nadie le daba muchas esperanzas: “He tomado mi primera decisión ejecutiva: ¡No voy a vomitar!” Durante las siguientes décadas, sin embargo, fue responsable de la modernización y expansión del rotativo. Invirtió en nuevas tecnologías, enfrentó con aplomo terribles conflictos con el sindicato, promovió secciones que en su momento parecían disparates antiperiodísticos pero que resultaron fábricas de dinero pronto imitadas.
Uno de los rasgos de su carácter era que no por ser el dueño quería que lo obedecieran… pero insistía en ser escuchado. Contrató a los profesionales más capaces y les dio toda la libertad que exige esta profesión, con los riesgos políticos y sociales del caso. Asistía regularmente a la junta editorial de primera plana pero sólo escuchaba y tomaba nota. Cuando deseaba hablar con el director editorial u otro funcionario, pedía una cita y aguardaba a ser recibido.Pero lo que quiero resaltar de este personaje es un episodio que lo separó de la mediocridad anunciada: la publicación de un expediente ultra secreto que pasó al imaginario popular como “los papeles (documentos) del Pentágono”.
Debemos a su determinación, valentía y claridad de su responsabilidad como editor el que esos documentos hayan salido a luz pública. De alguna manera Punch Sulzberger hizo el mundo un poco más seguro cuando derrotó la soberbia pretoriana del Pentágono y la Casa Blanca. ¿Qué fueron -son- los “Documentos del Pentágono”? Se trata de un expediente de siete mil páginas en 47 volúmenes oficialmente titulado Historia del Proceso Estadounidense de Toma de Decisiones de Política sobre Vietnam: 1945– 1967. Fue comisionado en 1967 por Robert S. McNamara, secretario de la Defensa de Kennedy, en un esfuerzo por sacar a luz y comprender los orígenes del involucramiento norteamericano en Vietnam. McNamara era un muchacho prodigio de Harvard que había sido presidente de la Ford Corporation antes de que Kennedy lo hiciera Secretario de la Defensa.
Era especialista en control estadístico y no creía en –ni respetaba- lo impredecible. El suyo era el reino de lo cuantificable y lo medible. Así, reunió un equipo de brillantes académicos de todas las disciplinas para desentrañar las causas de un conflicto que desde sus comienzos parecía destinado a ser el Waterloo norteamericano en el sudeste asiático.
Uno de los expertos se llamaba Daniel Ellsberg. Cuando conoció la totalidad del estudio pensó de que era su deber hacer público ese testimonio de décadas de mentiras, errores, decepciones y carnicerías del gobierno de su país.
A finales de marzo de 1971, entregó una copia a un periodista del New York Times a quien había conocido en Vietnam. Así comenzó la publicación del expediente del Departamento de la Defensa.
La primera entrega apareció el domingo 13 de junio de 1971, bajo un encabezado calculado para ser lo menos provocador posible: “Archivo Vietnam: un estudio del Pentágono documenta 3 décadas de creciente compromiso de los EU”, con pase a seis planas completas de información. William Manchester la calificaría como “la más extraordinaria filtración de documentos secretos en la historia de los gobiernos”.
Aunque con el tiempo el valor estratégico de ese fichero fue puesto en duda, su filtración cimbró a la administración y ocasionó que por primera vez en la historia de Estados Unidos el gobierno pidiera a un Juez Federal una orden de embargo precautorio de información contra un diario por consideraciones de “seguridad nacional”, el martes 15 de junio de 1971.
Durante 17 días -del domingo 13 al miércoles 30 de junio de 1971- el futuro de las relaciones entre la prensa y el Estado se mantuvo en la incertidumbre. Por la tarde de esta última fecha la Suprema Corte de Justicia desestimó, en votación de 6 a 3, los alegatos del gobierno de que la publicación del expediente fuera perjudicial para la seguridad nacional del país, declaró injustificado el embargo precautorio y autorizó al Times a reanudar la serie. Esta decisión sería pivotal para el equilibrio futuro entre la legítima necesidad del gobierno de recurrir al secreto en tiempos de guerra y la legítima necesidad de la comunidad de enterarse de las acciones de su gobierno.
Punch Sulzberger no permitió al Consejo de Administración intervenir en la decisión de publicar o no, y despidió a quien había sido su abogado durante 23 años cuando éste rehusó defender en los tribunales el derecho del diario a divulgar documentos secretos que los editores juzgaban de claro interés público. (Al mismo tiempo, en el Washington Post los periodistas libraron una batalla campal para convencer a los abogados y a los administradores de que tenían la obligación de dar a conocer esos materiales a la ciudadanía.)
Durante aquellos 17 días de junio el diario se enfrentó al gobierno de su país en un ríspido proceso legal. Éste se empeñaba en demostrar que en tiempos de guerra la libertad de expresión es una amenaza a la seguridad nacional y por lo tanto a las libertades fundamentales, y aquéllos en que precisamente la libertad de expresión es la que fortalece a la nación, particularmente cuando se trata de una guerra no declarada.
Lo que los documentos del Pentágono no lograron inicialmente, Nixon y sus estrategas sí: los medios nacionales se agruparon como uno en defensa del Times y el expediente sobre Vietnam se hizo noticia nacional. Los más influyentes diarios encabezaron la defensa y pronto entraron al verdadero fondo del asunto: la relación de los medios con el gobierno y el papel que juegan en una sociedad democrática.
El caso de los “documentos del Pentágono” fue un hito en la historia de la libertad de prensa estadounidense y causa importante para entender qué fue lo que hizo posible que dos años más tarde el Washington Post se mantuviera firme en una empresa periodística tan aparentemente fútil como fue en sus inicios Watergate.
La Suprema Corte concedió que la publicación de los documentos podría causar serio daño a la política exterior e interior de la nación, pero una mayoría de los jueces consideró que era más dañina la censura previa. El voto de 6 a favor y 3 en contra estableció jurisprudencia que acota seriamente la capacidad del Presidente y de los altos funcionarios del gobierno para impedir la divulgación de informaciones potencialmente perjudiciales a la seguridad nacional.
Los votos en contra consideraron, en términos generales, que la Primera Enmienda no puede ser absoluta y que bajo determinadas circunstancias el gobierno está en su derecho para mantener fuera del conocimiento de la opinión pública informaciones relativas a la política exterior y a conflictos bélicos.
Las familia propietaria del diario, los Sulzberger históricamente se ha visto a sí misma como depositaria de un bien público. Entre sus integrantes hay el consenso de que la familia se reserva la última palabra en asuntos concernientes al papel del diario en la defensa de las libertades ciudadanas. Incluso hoy mantienen el compromiso de nunca vender las acciones con calidad de voto fuera de la familia, para jamás perder el control de la compañía.
En el Times estaban convencidos de que no sólo el periódico, sino el país, perderían estabilidad y continuidad si la familia abdicaba del derecho a tomar decisiones contrarias al mercado. ¿Qué sucedería -se preguntaban- si al frente de la compañía estuviera un administrador que considerara que su principal responsabilidad era con los accionistas y no con la comunidad? ¿O un director más preocupado en quedar bien con el Presidente que con los lectores? ¿Cómo se habría alterado la historia si la decisión de publicar el expediente del Pentágono hubiese recaído en un administrador profesional y no en Punch?
Las respuestas son evidentes para el periodista. Me parece que Arthur Ochs Sulzberger, el sencillo y apocado heredero, nos dio un ejemplo que ojalá otros editores, en otras latitudes, siguieran. Le decimos, pues, “goodbye, Punch!”