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Las compras, un gusto culposo

Pretextos sobran, es más en este momento 10 nuevos pretextos están siendo inventados con la perversa intención de comprar algo “que necesitamos”. Sí. Lo necesitamos, no importa si aún hay una caja intacta con zapatos altos intactos, “necesitamos” otro par, quizá porque el tacón no es para toda ocasión, la textura es ideal para la noche, falta ahormarlos un poco… podría seguir con esto un par de párrafos, pero el punto ha quedado demostrado.

Ciertamente sí necesitamos (esta vez sin comillas) más artículos que los hombres, y podremos ser duramente juzgadas por ese hábito (en algunas casi vicio) de comprar anticipadamente cosas que aún no utilizaremos o que pareciera que se repiten, pero es por mera “producción”. De ahí que hay mujer que saben sacarse más provecho que otras, pues conocen las maravillas que se consiguen con un maquillaje bien aplicado y están dispuestas a invertir en la cantidad de productos “necesarios” para obtener el efecto deseado.

Alguna vez escuché a alguien comparar a las amantes de zapatos caros con las personas que aprecian un buen vino. Pero el placer que se obtiene en las compras apunta hacia sea cual sea el objeto de nuestro deseo, gadgets, libros, relojes, coleccionables o cualquier cosa que robe nuestra atención en un escaparate, publicidad o vecino. Existen ciertas cosas que verdaderamente nos son útiles, aunque generalmente nos dejamos contagiar por la efervescencia y compramos impulsiva y hasta compulsivamente.

Por lo que invariablemente el sentimiento de culpa ataca después de una juerga de compras, por lo que es común que casi ocho de cada diez mujeres terminan arrepintiéndose de gastarse el dinero en cuanto llegan a casa cargadas de bolsas. Algunas incluso empiezan con remordimientos cuando aún están de compras, aunque el auto-reproche usualmente poco consigue para frenar el comportamiento.

Muchos son los placeres culposos del ser humano, y las compras se han convertido en otro de tantos; más susceptible a las mujeres aunque no en exclusiva, pues cada vez más hombres son infectados de “compratitis aguda”, quizá no derrochamos el dinero en las mismas cosas o las mismas cantidades, pero el impulso de una compra logra hacernos sentir a ambos la emoción de niños con juguete nuevo.

Tal vez una de las cosas que incitan a la culpabilidad es el ser descubierto, el confesarle a la pareja que hemos gastado de manera banal los ingresos que se pudieron haber dispuesto para algo de primera necesidad. Esta situación es quizá uno de los frenos mentales antes de un alocado episodio de compras, por lo que actualmente las personas solteras son las que tienen a dejarse llevar sin miramientos por sus impulsos, aún los invade la culpa, pero no con el mismo efecto que al verse sorprendidos por una mirada castigadora.

Las compras se han vuelto cosa seria, tanto que ahora contamos no sólo con amateurs sino con profesionales en la materia. Pero lo que refuerza una actitud impulsiva hacia las compras, es que esta inmediata gratificación ayuda a afirma la identidad propia  y a restablecer la autoestima, en un intento de demostrar capacidad de decisión, independencia y estilo, sin importar el haber sufrido un fracaso. Es como un bálsamo temporal, por lo que el día después esas compras compulsivas generan todavía más angustia que la del día previo.

Hay que dejar atrás el “compro y luego existo”, seguramente no podremos evitar una buena barata o que el escaparate se vuelva hipnótico y casi nos obligue a entrar, sólo hay que apaciguar el impulso para que podamos hacer mejores compras y con menos sentimiento de culpa, lograr un consumo razonable.  

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