No andaba muerto, andaba de parranda, se dice de políticos y briagotes.
Por: El Tal Borgues/MILENIO Diario
A partir de los 60, cuando a todo México le quedó claro que el milagro mexicano era una más de las perlas de la política-ficción, los vapuleados nacionales no sabían cómo sobrevivir al triste despertar a la gacha realidad. Unos se escudaban en la sensiblería eficaz del maestro José Alfredo Jiménez y eran capaces de echar trago como ranchero enamorado, que se perdía a la luz de la luna, que le daba por volar bajo o que, ya enloquecido por los días de masacre etílica, terminaba creyéndose el mero rey del universo, con dinero o sin dinero. Otros decidieron darle seguimiento al jefe de jefes, Javier Solís, y al ritmo de esos boleros urbanos se ponían como Dios manda. Ambas opciones eran muy sufridoras y parecía que no había vuelta atrás. Pero entonces apareció de la nada una voz, una fuerza, una manera de vivir la vida: el gitano Peret, creador de la rumba catalana. Y entonces nada fue igual.
Bueno, los briagotes seguían de briagotes, pero ahora eran festivos, bullangueros, dueños de ese peculiar frenesí que los llevaba a perderse en la parafernalia del alcohol para establecer que andaba como muerto (o desaparecido, recuerde que eran los 60 y los halcones que nos dieron patria también lo hacían llevándose a los protestantes a dar la vuelta al campo Marte). Una de las características del personaje que el buen Peret nos presentó a todos los hispanoparlantes, fue la de ese gitano elegante, capaz de hacer juegos verbales para justificar las parrandas. Y la primer pirueta fue la del propio nombre. Si nos hubiera dicho que se llamaba Pedro Pubill Calaf, pues ni quien le hiciera caso, pero ya como Peret nos sonaba a los balbuceos que hace nuestro compadre después de la segunda botella de Bacachá, Oso negro, Ron Potosí o similares (los 60, remember). Y de ahí sólo la luna podía ser el límite.
De por sí los mexicanos gustamos de darle la vuelta a las obligaciones, como para que entonces resultara que era elegante y hasta de un buen gusto importado. ¿Quién no aprovecha para decir que “es español” para denotar mayor calidad? Si hasta en el reciente éxito cinematográfico, “Los Nobles”, el patán de Puebla se hace pasar por español para atrapar a la hija wanabe de Gonzalo Vega. Pues Peret nos daba caché para beber como león. “No andaba muerto, andaba de parranda” se volvió el grito de guerra de mucho chupador fuerte y no había quién los parara. Y peor porque cuando ya estaban como araña fumigada, salían del bar o la casa del compadre haciendo el bailadito del gitano Peret, nomás que en versión parapléjico y uno terminaba por hacer uno de los peores desfiguros de la temporada. No faltaba el que se caía de boca y aún así seguía bailoteando en el piso, dando vueltas sobre el eje del pantalón donde la hebilla era el pivote para aguantar tanta payasada. En el 68 su mayor éxito fue “Una lágrima cayó en la arena”, proyectándolo a nivel continental. Es verdad que para los chilangos ese 68 nos haría sacar otras lágrimas, pero mientras se aclaraba la masacre aquella, que no se ha aclarado, por cierto, millones zapateaban al ritmo de esa arena lacrimosa en donde uno apenas podía dejar de moverse al ritmo hispano.
“Borriquito como tú, que no sabe ni la U”, también fue herencia de Peret. Y ahora lo han vuelto a adoptar los millones de chamacos que nomás nunca fueron educados por los “profesores” del SNTE o del CNTE por andar haciéndose los guapos fuera de clases: hay niños que aprobaron el curso con apenas unos meses de clases reales. Y ahí está la genialidad de Peret, no sólo llegó en aquellas décadas, sino que perpetuó su mensaje, nomás que lo escucharon los que no debían. Ah, los infantes y sus maestros pasados de… gitanos, de gitanos.
“La fiesta no es para feos” cantaba el genial Peret, y los panistas se le rebelaron. Mientras los mexicanos confiamos en los legisladores para establecer que serían los últimos garantes de los exprimidos pagadores, los panistas de Vallarta se dedicaron a romper con el mandato de Peret y para no recibir feos, se recibieron ellos mismos (bueno y a varias muchachas pobrecitas: de poca vestimenta) para dejar registro de cómo se las gastan, sean o no feos, que bien dicen los usuarios de la doble moralina que la fealdad es interna y no se ve. Eso hubieran querido, que nadie los viera zapatear como gitanos de quinta al lado de las redondas muchachas con material de primera a la vista.
Peret nos dejó muchas otras canciones que TODOS hemos bailado en alguna fiesta y que sin duda tendrá el tío abuelo en su añeja colección de discos. Me quedo con “El sabio”, pues bien decía Peret que si no tienes felicidad, de sabio no tienes nada. ¡Ah, estos héroes anónimos! Piense en su reciente muerte para seguir ese homenaje involuntario cada vez que llegue como Supermán a su casa (con los calzones arriba de los legins, o de los pantalones, da lo mismo) y alcance a decir entre escupitajos involuntarios: ¡no andaba muerto, andaba de parranda! Y olé.