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Entre Mosquitos y Salamandras: Bernal Y Capek

Mundodehoy.com.- La universalidad de lo literario y sus implicaciones suele encontrarse en las creaciones de aparente localidad: entre más se cierra el escenario de creación, más comprensible resulta para lectores de otras latitudes: entre menos genérica es la trama, más amplio es el segmento de lectores que pueden identificarse con esa lectura. Cuando en México se buscaba afianzar o demostrar la existencia de una identidad nacional, se insistía en presentar lo indígena como único: el Diosero de Rojas es revelador. Además, se buscaba que la literatura fuera lo más solemne posible, como si lo formal fuera lo revelador. Quizás por eso Su nombre era muerte (1947), de Rafael Bernal (México 1915-1972), pasó desapercibida

Para muchos, es una obra de ciencia ficción: un borracho en las orillas del río Usumacinta, quien en sus desvaríos alcohólicos da con el lenguaje de los mosquitos y logra comprenderlos y comunicase con estos insectos para descubrir que entre los alados chupasangre hay una organización militar piramidal y cuyo fin inamovible es acabar con la especie humana. Muchas lecturas presenta esta gran novela que se ha editado en forma discontinua, a diferencia de la novela más conocida de Bernal, El complot mongol. Ni se diga otros textos de Bernal, como la melodramática Caribal. El infierno verde editada por CONACULTA en su colección de lecturas mexicanas.

Una muestra de la universalidad de Su nombre, es su parcial paralelismo con otra novela que bien podría ser clasificada como de ciencia ficción, pero que también contiene un análisis sobre los hombres, la naturaleza humana y su forma de acabarse al atentar contra el medio ambiente: La guerra de las salamandras, del notable autor Karel Capek (Checoslovaquía, 1890-1938), curiosamente famoso, más que por su obra, donde se puede advertir un conocimiento claro y casi didáctico de filosofía y de análisis geopolítico, por haber acuñado el término “robot”, que ahora es de uso popular.

Es cosa de buscar los enlaces para evidenciar cómo ambas novelas muestran la naturaleza humana al establecer la manera en que los hombres se relacionan con los animales y su entorno, pero, sobre todo, cómo al nombrar y entender a las fieras, los hombres decimos más de nosotros que de las cualidades o características de tal o cual especie.

Las coincidencias de tales obras no son cosa menor. Máxime si se advierte que, salvo la calidad de la obra literaria de ambos autores y el hecho de ser creadores multidisciplinarios, con doctorados cada uno, Bernal en literatura y Capek en filosofía, habría de suponerse que comparten pocos aspectos creativos y personales, si se toma en cuenta su nacionalidad, la época que vivieron (Bernal en la guerra fría y Capek en la antesala de la segunda guerra mundial –muchos analistas literarios insisten en que a Capek no le dieron el nobel de literatura por temor a los nazis-) y el aparente  desencuentro derivado de la manía de viajar de Bernal y el aspecto combativo de Capek.

La guerra trata sobre unas peculiares criaturas descubiertas por un marinero que decide entrar al territorio prohibido por los locales, donde habitan demonios: salamandras de tamaño humano que imitan sonidos y que bailan en las patas traseras en las noches de luna llena. Pronto percibe su inteligencia y cómo construyen túneles abajo del mar; después del primer encuentro, intercambian favores (el marinero les da armas para que se defiendan de los tiburones y ellas le dan perlas). Al ver el grado de inteligencia, propone a un empresario hacer negocios con las salamandras. Después de que el mundo entero se convence de su habilidad como mano de obra, la historia mundial cambia: los continentes se expanden, los países se pelean por tener sus propias salamandras (son ya millones) y, de ahí el título del libro, las salamandras entran en conflicto directo contra la humanidad. Han dejado de ser unas curiosas bestias para convertirse en una metáfora de la esclavitud (primero humana, pero también de la naturaleza, por la forma en que los hombres la destruyen como si fuera propia). Lo más terrible de las salamandras es su homogeneidad, salvo las salamandras alemanas (clara burla a los nazis: hasta sus salamandras deben ser mejores). Las salamandras son poderosas porque son una masa, un grupo compacto carente de individualidades al que es imposible vencer si los individuos no importan, no se diferencian y no luchan por preservar sus peculiaridades. Y es esto mismo lo que los mosquitos de Su nombre pretenden aplicar a los hombres: tratarlos como salamandras: cuando el mosquito principal convence al personaje de su poder, le ofrece un trato para que los hombres sobrevivan en el planeta: deben entregar a tres millones de humanos y así sobrevivirán los restantes. Como los mosquitos invaden el mundo entero pueden acabar con los hombres, como se demuestra en la selva lacandona, cuando el personaje habla con los indios y los otros mestizos para comunicarles el poder de los mosquitos, los que matan a uno de los incrédulos y a varios que quieren salir del área para avisar al resto de la región.

Las implicaciones de cada novela son distintas. Bernal, católico crítico y activista, funda el resultado de la trama en mostrar a los mosquitos la existencia de Dios y cómo ese concepto puede liberar no sólo a los hombres sojuzgados, sino a los mosquitos que no constituyen la élite guerrera de la organización de insectos. Capek critica el abuso de los poderosos y muestra la futilidad de las naciones “superiores” y su necedad en imponerse a las restantes; e incluso da nota de los riesgos en modificar las condiciones naturales esenciales (¿cuál no lo es?) y opina sobre los derechos de los trabajadores: implícitamente hace análisis sobre los derechos humanos a partir de estos anfibios con muchas características humanas: piensan, trabajan y, qué más humano, hacen la guerra.

Dos autores, dos animales y una especie por comprender.

*Ricardo Wolffer Es definitivamente un tipo muy peculiar, por no decir raro; le gustan las películas de El Santo El Enmascarado de Plata, va frecuentemente a las luchas, (se puede tardar hasta una hora para conseguir el autógrafo  de su luchador  preferido, siempre enmascarado y después irse con sus hijos a echar el taco). Esto no tendría nada de raro, a no ser porque es también un devorador de libros, que lee con deleite a Dickens, (uno de sus autores preferidos) así como los clásicos rusos, a la par de las historietas ilustradas de todos los tiempos, amante de vampiros, zombis y fundamentalista de la ciencia ficción,  amén de ser un reconocido jurista y raquetbolista  de media hora, masca chicle y de vez en vez viaja en metro de tenis y lentes obscuros para ir a conseguir películas de arte a los más insospechados rincones capitalinos. Ah! y por si fuera poco, también es el creador del héroe (encapuchado no faltaba más) de la tira cómica Rabaman.  Conoce más de Ricardo Wolffer colaborador de estas páginas.

 

                

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