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Mujeres migrantes

Martha Chapa

Las mujeres, es cierto, hemos avanzado, y mucho, en la décadas más recientes. Sin embargo, no todos nuestros logros son tan alentadores como parecen y, menos aún, como quisiéramos que fueran.

No hay duda de que cada vez hay más mujeres incorporadas al sector productivo y nadie cuestiona el incremento en la cantidad de egresadas de las universidades públicas y privadas. Sin embargo, también resulta evidente que en muchos casos no basta con la preparación, la capacidad o la disposición para que se reconozcan los méritos femeninos, pues los avances en los diferentes ámbitos no siempre ocurren en función del esfuerzo y los méritos alcanzados.

Un caso paradigmático es el de las mujeres que han tenido que cruzar la frontera norte del país en su afanosa búsqueda de un empleo y de una mejor calidad de vida para ellas y sus familias, pues por desgracia no encuentran condiciones dignas de vida en sus propios lugares de origen.

Las cifras que aporta al respecto un amplio y profundo estudio del Consejo Nacional de Población (Conapo) son estremecedoras y hasta lacerantes.

Si bien hace cuatro o cinco décadas las mujeres mexicanas apenas se aventuraban a migrar hacia Estados Unidos, casi siempre acompañando a sus esposos en pos del engañoso “sueño americano” (no eran más de medio millón en esos años), la cifra hoy es de verdad impresionante: 5.5 millones de mujeres están por cuenta propia en nuestro país vecino.

El hecho podría considerarse alentador, y quizá lo sea en alguna medida, pues demuestra que la autonomía de las mujeres mexicanas ha crecido. No obstante, al adentrarnos en la realidad social y laboral de estas compatriotas quedan al descubierto los contrastes y las condiciones adversas.

De entrada, de los casi cinco millones de hogares de mexicanos que hay en ese país, dos millones están encabezados por mujeres. Visto así, en números gruesos, con todo y los obstáculos a los que ellas se enfrentan, el hecho no deja de ser meritorio. Sin embargo, por lo general estas mujeres carecen de la certeza de un estatus legal, pues cerca de 70% no tienen la ciudadanía estadounidense o algún permiso para trabajar en esa nación, a pesar de que en su mayor parte (95%) han residido ahí más de cinco años. Y lo peor: casi la mitad de esas mexicanas realiza tareas que se ubican en la escala más baja de los salarios y prestaciones.

Entre las migrantes mexicanas a Estados Unidos que tienen actividad laboral en ese país, menos de 12% se ocupa en las tareas ejecutivas, de profesionistas y técnicas. Cabe señalar que este porcentaje es notablemente mayor entre las migrantes provenientes de otros lugares (39%) y, por supuesto, entre las estadounidenses: 46% de las oriundas de ese país que participan en el mercado laboral se desempeñan en el campo empresarial y de profesionistas y técnicas.

La realidad es que la mayoría de las migrantes mexicanas que trabajan en Estados Unidos lo hacen en lo que se llama “servicios de baja calificación” (41.3%), en “ventas y apoyo administrativo de oficinas” (20.2%) o como obreras y trabajadoras especializadas (19.9%).

Y les comparto un dato que lo dice todo: si bien el promedio de ingreso que perciben nuestras connacionales es de 22 000 dólares anuales, representa 44% menos de que perciben otros grupos de migrantes. Y esa cifra está, por supuesto, muy distante de las percepciones que reciben las mujeres oriundas de esa nación. Para acabar de delinear el cuadro, nos informa el Conapo que sólo el 28% de las mexicanas que trabajan allá cuentan con prestaciones en materia de salud y únicamente una de cada cuatro está registrada en algún sistema de pensiones o retiro.

Es evidente que hablamos de mujeres valientes y responsables que se vieron obligadas a salir de México para encontrar por sí mismas un trabajo que les permitiera mantener dignamente a su familia. En este sentido, el desempleo y la falta de oportunidades en este país es una causa importante, pero no la única, de su exilio, pues también contribuyen la violencia que prevalece en sus comunidades y los prejuicios sociales que las rechazan por tratarse de mujeres que viven solas.

Estos son apenas algunos de los datos que nos delinean la situación actual de nuestras paisanas residentes en Estados Unidos. Ahí están esbozados los aspectos tanto positivos como negativos. Con base en esa reveladora información es preciso y urgente informarnos a partir de fuentes como el documentado estudio “La migración femenina mexicana a Estados Unidos. Tendencias actuales”, elaborado por el Conapo y que constituye, a su vez, el contenido del primer número de su Boletín de migración internacional, que salió a la luz en fecha reciente.

 

Todas –y todos– debiéramos estar atentos a lo que nos aportan estudios con la seriedad del de Conapo para profundizar en el tema que a unas y otros nos debería interesar. Es urgente que a partir de un análisis y una reflexión a fondo sentemos nuevas bases para mejorar la situación humana, laboral y social de las mujeres mexicanas, dentro y fuera de nuestras fronteras; De manera específica, tenemos que preocuparnos de que nuestras compatriotas vayan a más y sea mejor su destino en el extranjero. Sobre todo, mientras no seamos capaces de reintegrarlas aquí con dignidad y certeza de futuro.

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