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La primera vez que vi a García Márquez

Muchos años después, frente a la pantalla en blanco, había de recordar aquella mañana remota en que mi traqueteado Opel azul me llevo a conocer a Gabriel García Márquez. El Pedregal de San Ángel era entonces una de las colonias más exclusivas de la ciudad de México. En el mundo tan reciente, como ahora, como siempre, acababa de ser anunciado su Premio Nobel de Literatura 1982.

Plantado frente al genial escritor, nos recibe para charlar brevemente sobre… ¿Qué más?, ¡su triunfo! A la pregunta directa y a bocajarro sobre qué sentía al ser Premio Nobel, sin más respondió: “De la Chingada”. Y así se cabeceó. Sin embargo, al diseñador del Magazine Dominical de Excélsior de aquel tiempo, Juan de Dios Campos, (no los famosos e Inexistente duendes que se dice suelen poblar el mítico mundo de las redacciones), consideró excesivo el uso del lenguaje del mismo y flamante Premio Nobel de Literatura y lo cambió por el menos grosero ‘de la fregada’.

Como una forma de desagravio y falta de respeto a nuestra vieja deuda con el entrevistado. Hoy gracias a la hospitalidad y libertad del Diario, nos permitimos presentar la entrevista tal cual, sin esa fregadera (yo ni merezco, ni me atrevo a tanto) de censura.

Además, ¿quién no quiere publicar que conoció a GGM?.

García Márquez: abrumado, pero feliz

“Y el mundo de Gabo se trastocó”

Texto y Fotos de Carlos Henze

(31 de Octubre de 1982)

 

-Oiga señor, ¿qué se siente ser Premio Nobel?

 

-¡De la Chingada!

 

Es Gabriel García Márquez, flamante Premio Nobel de Literatura, quien así contesta, y rubrica sus palabras con una sonrisa que

le ha durado ya varias largas, largas horas, pero que aún se muestra fresca. Y en verdad se advierte en él, que le ha ido como

señala, respecto a la ardua tarea de vivir uno de los momentos más intensos y trascendentales de su azarosa vida.

 

Pero eso sí, con todo y el inusitado ajetreo está radiante de felicidad, que comparten con él todos quienes le rodean.

 

-Parece ser que todo mundo se enteró con agrado de su bien merecido premio.

 

-Sí, ¿verdad?, otros años sólo han sacado pequeñas notas. Dice como convenciéndose a sí mismo y para dar énfasis remarca con el índice y el pulgar el espacio de esas notas, (ni un octavo de plana).

 

La charla transcurre en el jardín de su casa, en el Pedregal de San Ángel “Bueno, al menos su casa no es ostentosa”. Señalaría un

fotógrafo especializado en trabajos publicitarios, que permanece en “guardia” a la espera de una “sesión”. “Yo no hago este tipo de fotografías, pero ahorita todo mundo pide fotos de García

Márquez”. Justifica.

 

Su casa de estilo colonial mexicano, luce su señorío enmarcada por exuberantes enredaderas, arbustos y plantas que florecen

todo el año. A la entrada, un letrero pintado en el piso da la bienvenida al visitante: “Felicidades, te amamos”, externa la euforia y gusto de sus admiradores, misma euforia que no evitó que empezaran a pintar el letrero en una residencia contigua a la del galardonado, sólo habían inscrito “felicidades”, cuando antes de poner “te amamos”; salió el vecino, quien lejos de molestarse sino complacido, les señaló la equivocación sin permitir que borraran su error. Y es que no todo mundo es vecino de un Nobel.

 

Imposible soslayar el tomar una fotografía del célebre escritor, su casa y el testimonio de sus admiradores; aunque tengamos

que hacer piruetas arriba del toldo del automóvil, lo que valdría el comentario (ahorita, todos los comentarios valen y más

si llevan dedicatoria ¡qué caray!), “estos fotógrafos parecen corresponsales de guerra”.Comentario que sin duda podría

molestar a los verdaderos corresponsales, pero como el escritor conjuga la “fantasía con la realidad”.

 

Afuera de la residencia siempre hay gente esperando, lujosos coches llevan invitados, al igual que “peseros”, de donde bajarían unos invitados a comer, y claro, gran afluencia de periodistas nacionales e internacionales, que buscan la exclusiva del popular escritor; el que llegó primero, el que se fue al último, el que lo vio en pijama o en bata, el que se lo profetizó, el último antes de que se bloqueara el teléfono, el que se “lleva de a cuartos”, los que se saludan de beso, a los que abraza, en fin, para los que él es su gran Gabo, ahora, antes y después. Y el literato, amable, sonriente, para todos tiene una manera de manifestar que comparte su triunfo.

 

-Señor, ¿presentía usted que le otorgarían el galardón?

-En verdad que no, ya tenía como cuatro años que se comentaba. Pero no lo esperaba. Por un momento se frota los ojos, irritados a falta de dormir, y una vez más se queja de sus agradables desvelos, “hoy me desayuné a las cuatro de la tarde”. Pues le va a dar hambre en la madrugada, le contesté.

 

“Y es que el señor casi no ha dormido, entra y sale con periodistas, invitados y mucha gente que viene por él” nos

había informado una de las chicas de la servidumbre que viste uniforme a rayas rosas y blancas (es que se trata de un reportaje

en color)- “es más, -aclara para dar fuerza a su argumento- ni yo he podido hablar por teléfono porque ha estado bloqueado”. La chica también comentó que la esposa del escritor al igual que su hijo Rodrigo (un muchacho amable por cierto) no habían podido dormir. “Y luego, fíjese, como estamos desvelados, y que van trayendo mariachis en la madrugada”. Definitivamente, no ha de ser fácil ser tan famoso.

 

-¿Existen planes para llevar al cine “Cien años de soledad”?, Ya que se sabe que Anthony Queen le ofreció bastante dinero para hacer una película sobre su obra.

 

-No, así se queda, no se hizo, o mejor dicho no se le hizo. Sentencia. Ello demuestra, sin lugar a dudas, que no siempre es cierto lo que el “viejo decía”, en cuanto a la perseverancia, el trabajo, etcétera y que hay cosas que no todos pueden llegar a alcanzar, ni siquiera un puñado, es más, nadie… -Ahora, no era tanto el dinero que realmente ofrecía, como el que se comentaba, aduce divertido García Márquez.

 

-¿Actualmente está escribiendo algo?

-Ahora no podría “dice sonriendo y agrega, un tanto lánguidamente-, bueno estoy escribiendo una novela.

 

-¡Señor, estoy con el flamante Premio Nobel de Literatura, y usted me dice, así como así, “una novela”, como si escribir fuera cualquier cosa.

 

-Bueno,- dice mientras saca fuerzas de sus desvelos, aspira fuerte, alza el pecho y finaliza diciendo “UNA NOVELA”

Fin de fiesta.

 

Al finalizar la entrevista el célebre escritor me acompaña de su estudio rumbo a la puerta principal, agradecido me despide tratando de darme una patada en el trasero, yo desconociendo su significado (ah, ¡inocente juventud!), la evito. Segundos después ambos sonreímos.

 

 

Hoy, muchos años después frente a la pantalla me quejo con una mueca de no sé qué y pienso que en vez de estar escribiendo esta nota, estaría firmando un jugoso contrato con una importante editorial. Total, estaría bautizado por ¡Gabriel García Márquez!. Todo puede ser posible en el realismo mágico que nos heredó el máximo escritor de habla hispana de todos los tiempos. Descanse en Paz.

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