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Cuatlicue la Madre de la Tierra, los Dioses y los Mexicas

Fue cuando algunos de aquellos adoradores de la Madre Tierra Cuatlicue ya no quisieron ser Aztecas, que se agruparon en torno a sus Tlatoanis[1], quienes empoderados por su Dios de la Guerra Huitzilopochtli, abandonaron la región del Aztlán[2] en búsqueda de la tierra prometida, iniciándose así una de las grandes epopeyas de la humanidad, en la cosmogonía mágica que diera nacimiento a México Tenochtitlán.

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En su simbología, “Mexico Tenochtitlan”, fue fundada por los mexicas en el año de 1325; en lenguaje náhuatl, este nombre quiere decir: “El tunal divino donde está Mexitli”.

El análisis de la significación de la palabra “Tenochtitlán” que se traduce de izquierda a derecha es: “tetl, piedra” y “notchtle, tunal”, que tiene un sentido de abundancia, esto es, un nopal tunero repleto de fruto, que semejan corazones provenientes de la diosa Tlaltecuhtli, “la Divina Madre Tierra”.

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Por esto, la piedra sobre la que está el tunal tiene forma de corazón y representa “el corazón de la Tierra”, lo cual da a este tunal un carácter divino, toda vez que “Mixitli” se representa en forma de un águila cazadora con una serpiente” y significa, “el hijo de la luna”, de “metztli” luna y “xitli” ombligo, que es metafóricamente “el ombligo de la luna”, por el cual se otorga un origen cosmogónico por el cual el sol joven inicia un nuevo día, cazando estrellas por el firmamento”, hasta llegar el nuevo día representado por un gran Dios Solar, conocido como Tonatiuh o el Quinto Sol; conocido así, al ascender al trono tras la muerte del “Cuarto Sol”.

Se cuenta que en la elección del Quinto Sol, se enfrentaron los dioses Tecusistecatl (caracterizado por ser cobarde y orgulloso) y Nanahuatzin (a quien identificaban por ser noble y humilde). El enfrentamiento de estos dioses era por su sacrificio en una pira; al enfrentarse estos dioses, Tecusistecatl no pudo soportar el dolor y escapó solo con manchas como las que aparecen en el jaguar; en tanto, Nanahuatzin se enfrenta con tanto valor al sacrificio, que de él sale un rayo de luz que ilumina el firmamento y se convierte en “Tonatiuh” el “Dios Sol”, por el que se personificaba a un gran Dios dador de vida; y se cuenta también, que era tal la envidia de Tecusistecatl, que se introdujo al fuego de nueva cuenta, pero de él ya solo surgió un pálido destello al que uno de los dioses menores indignado le arrojó un conejo que se le incrusta y lo mata, y se convierte así en la Luna, un Dios que nace muerto y en su contra parte, un Dios Sol de vida.

En este ideario mitológico se dice, que cuando los aztecas llegaron a la cima de la Cuenca del Anáhuac, sus nahuales creyeron ver en la figura de aquel islote lacustre, ese conejo que se aparece en noches de luna llena y quedaron convencidos en el marco de su simbología, que esa era la tierra destinada a ser la casa del gran pueblo mexica.

Esto fue “México–Tenochtitlán”, “Ciudad de Dioses”, origen de un gran pueblo que floreció en un islote rodeado de agua salobre, ubicado en una cuenca cerrada (endorreica); espacio histórico que representa el origen mágico de nuestra actual Ciudad Capital.

Tal vez por ello es que la tradición y cultura del agua tiene una gran expresión en la ingeniería hidráulica de la gran cuenca valle central, conocida como Valle de México” o Valle de Anáhuac; que en Nahuatl, significa “tierra rodeada de agua”, por ser en ese momento un espacio lacustre. Es a este gran sistema hidrológico lacustre a la que arriban siete tribus o familias nahuatlacas, llamadas así, porque todas ellas tenían en común el lenguaje Náhuatl y su impreciso origen mítico.

Estos grupos provinieron de un origen mítico al que se le conoce como de “los siete solares, sitios o cuevas”, que en el año 820 de la era cristiana, emigran y llegan al Valle de Anáhuac en el año 902. Se inicia así un lento trayecto migratorio de más de ochenta años, en virtud de que su peregrinar se ve retrasado por la búsqueda de guías y simbolismos señaladas por sus dioses.

Los primeros linajes tribales en llegar fueron los “Xochimilcas”, que quiere decir “gentes de las cementeras de flores”; los segundos fueron los “Chalcas”, que significa “gentes de las bocas”; fueron terceros los “Tepanecas”, palabra que significa la “gente del puente”; en el cuarto sitio llegan los Culhúas, que significa “de la corva”, llamados así porque se dice que de donde partieron, era un cerro con la punta encorvada; los quintos en arribar fueron los Tlalhuicas, que significa “los que van hacia la tierra”; el sexto fue el de los “Tlaxcaltecas” que quiere decir “la gente del pan”. Como se observa, los nombres que se auto imponen, son tomados de sus antepasados, de sus habilidades, de sus lugares de origen, de sus caudillos o de sus dioses.

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Lo anterior es aplicable al caso de los “Mexicas”, también llamados “Aztecas”, nombre que se populariza y que pudiera ser una derivación del vocablo “aztekatl”, que significa “procedente de Aztlan”, quienes amparados por su diosa Cuatlicue y guiados por su “Dios de Guerra Huitzilopochtli”, fundan la celebérrima ciudad de México–Tenochtitlán; que en ese momento, era un islote circundado por los lagos de Texcoco, Zumpango, Xaltocan, Xochimilco y Chalco.

Este espacio geográfico fue el eje de una dominación imperial que se expandió geográficamente desde el centro hasta el suroeste del país, y hasta algunos lugares limítrofes con Guatemala.

Los antiguos mexicanos llegan a la región de un gran sistema hidrológico, pleno de abundantes manantiales; en donde se habría de posar un águila en un tunal devorando una serpiente, la cual encuentran en un islote agreste y fangoso, invadido de tulares, carrizos y fauna nociva; y no obstante que lo anterior les auguraba un futuro de precaria y difícil subsistencia, este sitio se convertiría por designio de sus dioses, en el escenario donde se daría el nacimiento de la magnificencia de “México Tenochtitlán”.

El señorío de los mexicas principia con un altar a Huitzilopochtli, un Dios de guerra por el que todo lo pueden, de tal suerte que aún a pesar de las dificultades en su establecimiento, se hicieron a una existencia ardua y difícil que las exigencias del lugar les demandaba, por ello, se convirtieron en excelentes arquitectos y agricultores; pero también, fueron proclives a la caza y consumo de toda clase de peces, ranas, patos y demás especies lacustres de la cuenca, a la que llegaron a conocer muy bien, como lo prueban las grandes obras hidráulicas que edificaron para aprovisionarse del vital recurso y evitar las recurrentes inundaciones que se sucedían en el lugar. En esta epopeya de supervivencia, recordemos que en esos viejos tiempos, el magno esfuerzo fue realizado sin animales de tiro y sin vehículos de transporte de rueda.

El conocimiento de la hidráulica que desarrollaron para sobrevivir en ese entorno hostil, les permitió ganar terreno del lago, a través de la desecación y construcción de chinampas, para lo cual idearon además de sus espléndidas avenidas, un sistema vial de transporte por canoas; lo cual se refleja en el Códice Mendocino[3], en el que se presenta a la Ciudad dividida en cuatro partes: Cuepopan, Moyotlán, Zoquiapan y Atzacualco, unidas emblemáticamente con la representación del águila azteca.

El crecimiento y esplendor de México Tenochtitlán, hace que se amplíe hacia los pueblos de Tlatelolco, Nonoalco, Tultenco y Mixhuca, lo cual hacen a través de construir calzadas de relleno, que se refuerzan con muros y pilotes.

Este magno centro urbano se estimó en su momento con una magnitud de 13.5 km2 y una población próxima a 230,000 habitantes establecidas en una urbe de 50,000 casas, que en tamaño la hacía mayor a las ciudades europeas de la época, ya que París contaba con 185,000 habitantes y Venecia solo 130,000 habitantes.

En ese momento de esplendor, el trazo de la Ciudad se componía de tres grandes avenidas que la comunicaban con tierra firme, estas fueron: la calzada que estaba orientada al norte, hacia el cerro del Tepeyac. La calzada que se orientaba hacia Tlacopan y que es tal vez la avenida más famosa, debido a que por ella y en su afán de escapar de los mexicas, las tropas de Hernán Cortés fueron violentamente diezmadas. Este evento tuvo suceso en una de las esquinas de salida de la Ciudad y fue motivo para erigir en ese lugar, el templo de San Hipólito, santuario que actualmente queda ubicado entre las avenidas de Hidalgo y Reforma.

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Por cuanto a la calzada que se unía al sur con Ixtapalapa, también ampliamente conocida, debido a que por ella arribó Cortés por primera vez ante el desmesurado temor de Moctezuma, quien creía ver en este extranjero a los enviados de Quetzalcóatl que llegaban a reclamarle su reino. Es por esta avenida que se comunicaba a Tenochtitlán con los acueductos de Ahuizotl en Acatlán, para salir al lago de Tlamacoyan, a orillas de lo que posteriormente fue el espacio en que se construyó la Ermita de San Antonio Abad, como se le conoce actualmente.

Es importante advertir, que el pueblo Mexica tuvo una clara percepción y respeto por el cuidado de su entorno ambiental, como lo prueba la cotidianidad de su cultura de vida; para ello, hubieron de organizar un sistema de barcazas con el fin de recolectar desperdicios y excrementos, estos últimos para su utilización como abono en el cultivo de sus chinampas; además, según relata el cronista Bernal Díaz del Castillo, se estimaba como en mil personas las destinadas a la limpieza de la Ciudad y como un dato inusitado para la época, la existencia de letrinas en casas, en el mercado y en los caminos principales.

Asimismo comenta Bernal, sobre la existencia de un acueducto como del tamaño de un buey, construido con dos canales, lo que les permitía su mantenimiento y limpieza, toda vez que esta agua era para el uso domestico de toda la población, quienes a decir por el citado Cronista, la población tenía por costumbre tomar dos baños al día y que en el caso de Moctezuma II, relataba que eran cuatro; que para el lavado de ropa se usaba raíz de melt y la raíz de coplaxócotl como jabón.

La rectoría del Gobierno Mexica se manifestaba también, como cuidadosa de la obra pública, sólo así se explica que hubiera una autoridad llamada Calmimilocatl, cuya función era evitar invasiones en calles y canales de uso público, problema que pudiera parecerse a la actual práctica del ambulantaje.

Para su organización social se tenían cuatro calpullis que eran espacios de propiedad comunal, agrupándose principalmente por los oficios de artesanía y agricultura. Estos barrios se integraban de tal manera, que buscaban satisfacer sus necesidades internas, para ello, contaban con sus propios mercados llamados tianquitztli y que actualmente son conocidos como tianguis.

En el centro de la ciudad se localizaba el Templo Mayor y próximo a este, se erigía el Palacio de Motecuhzoma Xocoyotzin, en lo que ahora se ubicada el Nacional Monte de Piedad, a un costado de la actual Catedral de México.

Esta residencia palaciega se dice que contaba como de cien habitaciones con baño propio para los invitados, en el cual insospechadamente fue hospedado Hernán Cortés, quien con algunos de sus aliados tlaxcaltecas sale para consumar la invasión y devastación de la Gran Tenochtitlán.

La magnificencia y excentricidad de Motecuhzoma Xocoyotzin, le llevó a construir dos espacios en los que se narra sobre la existencia de aves, reptiles y animales diversos, así como, un acuario con estanques de agua salobre y dulce, y un jardín botánico de plantas medicinales. Instalaciones a las cuales se destinaban como trescientas personas para su atención.

La crónica de ese tiempo señala que también había obra hidráulica suntuaria, ya que además del Palacio Motecuhzoma; en el de Tetzcotzingo, en donde Netzahualcóyotl solía recrearse, contaba con esplendidas fuentes y baños que se conectaban a un sistema de acequias para su desagüe.

Es de señalarse, que entre las mayores expresiones de la hidráulica en esa época, está la red canalera por la cual se entregaba a la población agua dulce que se conducía principalmente desde Chapultepec; así como, el gran dique construido desde el Cerro de la Estrella hasta Atzacoalco, con una longitud estimada de 12 mil metros y 20 de ancho, y que se edificó con el propósito de contener las aguas salobres de Texcoco que inundaban al Valle de México y para la protección de las aguas dulces circundantes a la Ciudad.

Es de valiosa significación social hacer notar, que esta magna obra hidráulica, es consecuencia de las concertaciones llevadas a cabo entre Motecuhzoma Il, Huicamina de Tenochtitlán y Netzahualcóyotl de Texcoco, para evitar las inundaciones que de manera estacional se sucedían en el Valle de México.

Solo la comprensión y rectoría de estos estadistas para enfrentar los fenómenos meteorológicos de la naturaleza, fue capaz de crear las sinergias de sus gobiernos para edificar la obra hidráulica que demandó en su momento, la construcción de viaductos, canales, puentes, andenes, acueductos, escolleras, atracaderos y protecciones diversas que integraron el diseño de una complicada red hidráulica para la prevención de riesgos y abasto de agua, difícilmente igualado en el mundo de ese momento.

Esta extraordinaria infraestructura que dio equilibrio al sistema hidrológico del Valle de México, inicia su destrucción con la guerra de conquista de Hernán Cortés, quien en su afán de acrecentar el irracional asedio a la ciudad de México Tenochtitlán, rompe el albarradón central que separan las aguas saladas del lago de Texcoco, con el fin de dar paso a trece bergantines de guerra construidos con ayuda de los texcocanos.

Además de esta nueva tecnología naval de guerra aplicada en la guerra de conquista, fueron factores decisivos que inclinaron la victoria a favor de Cortés: una gran mediadora de nombre “Malitzin” que significa la lengua, quien logró una poderosa alianza con los tlaxcaltecas, xochimilcas, chalcas y demás pueblos limítrofes, para conjuntar y llevar a la guerra a cerca de 200 mil guerreros indígenas.

Otro aspecto que influyó en la derrota, fue el temor que infundía en Motecuhzoma aquella profecía por el que “Kukulcán” reclamaría repatriar a Aztlán al pueblo mexica; así como también lo fue, la pandemia amarilla que diezmó principalmente al pueblo Mexica, debido a que se debatía en la insalubridad por las condiciones de aislamiento y falta de agua y comida por el estado de sitio de guerra en que se encontraba.

En resumen, era una dantesca parafernalia de guerra, en donde campeaban el terror, la traición, la enfermedad, el hambre y la sed.

Valgan por tanto, las siguientes aserciones hechas por protagonistas de aquella inmemorial epopeya, en la que se muestran las argucias y tácticas para vencer por sed a la valerosa población tenochtla:

Hernán Cortes.- “Por una calzada que esta gran ciudad entra, vienen dos caños de argamasa, tan anchos como dos pasos cada uno, y tan altos como un estado, o por uno de ellos viene un golpe de agua dulce muy buena, de gordor de un cuerpo de hombre […] el otro que va vacio es para cuando quieren limpiar el otro caño […] echanla dulce por unas canales tan gruesas como un buey, y así se sirve toda la ciudad”.

“Otro día de mañana los dos capitanes acordaron, como yo les había mandado de ir a quitar el agua dulce que por caños entraba a la ciudad de Temiztitán (Tenochtitlán), y el uno de ellos, con veinte de a caballo y ciertos escopeteros y ballesteros, fue de nacimiento de la fuente, que estaba a una cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los caños que eran de madera y de cal y canto”.

Bernal Díaz del Castillo.- “Acordamos que entrambas capitanías fuésemos a quebrar el agua de Chapultepeque, de que se proveía la ciudad, que estaba desde allí, de Tacuba a una media lengua […] yendo a quebrar los caños por donde iba el agua a su ciudad, y desde entonces nunca fue a México entre tanto que duró la guerra”[4]

Después de los dantescos actos de guerra de 1521, se inicia una sistemática destrucción de las principales construcciones tenochtlas, y de aquella gran ciudad lacustre, en la que era una forma de vida cotidiana el uso de barcas, piraguas y chalupas, se transforma paulatinamente en estilos de vida más urbanas.

Y de súbito, en un torbellino de cambios en todos los órdenes culturales y de pérdida de identidad, surge a tan solo a diez años de pasada la hecatombe, entre las fechas del 9 al 12 de diciembre de 1531, las apariciones de la Guadalupana del Tepeyac[5], quien en candoroso mensaje, vuelve a erigirse en la Madre protectora de los pueblos del Anáhuac y con ello, al nacimiento y forjamiento de una raza mestiza que da origen al nacionalismo mexicano.

 

M. en C .Héctor Lugo Salazar

Agua y Medio Ambiente

[email protected]

 


[1] El término tlatoani se traduce como el que habla, de tlahtoa (tla- ‘algo’ + (i) htoa ‘decir’); esto es, ‘decir algo, hablar’, en el sentido de el que manda y habla con autoridad.

[2] En lengua Náhuatl, las raíces de Aztlan son las palabras: aztatl tlan (tli) que significa “garza” y “lugar de”; esto es: lugar de garzas.

[3] Código hecho por los nativos mexicas por el año de 1940, el cual fue encargado por Don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España, para enviarlo a Carlos I, en ese entonces Rey de España.

[4] Lewis H. Morgan y Adolph Francis Alphonse Bandelier, México antiguo, México, Siglo XXI, 2003. P.115 y .p.p.126-127.

[5] Nican Mopohua; documento histórico sobre Guadalupe. Escrito en lengua náhuatl. El título completo es: “Aquí se cuenta se ordena como se hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe”.

 

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