Internacional

El Enemigo Invisible

Por: Ana Castañer, desde Teruel, España.

Los días amanecen nublados y la luz mortecina se filtra por las ventanas, dejando un halo tristón en todas las instancias.

Me levanto a las siete, como siempre, porque intento hacer la rutina de cada día, para minimizar el encierro forzoso. A pesar de esto he introducido algunos códigos de observación estilo “La ventana indiscreta” recordando a Grace Kelly y James Stewart, con el “suspense” incluido. Aquí no llega a tanto, así, cuando me levanto, mientras preparo mi café con leche (que es lo mejor del día), observo las múltiples ventanas que alcanzo a ver desde mi casa y saber quién se ha despertado o quién sigue durmiendo, quien lo hace con la persiana bajada y quien con media otro día… Son simples curiosidades que hacen que mi mente siga en actividad.

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Al inicio de la reclusión, no fui capaz de escribir ni una letra, pese a que es uno de mis hábitos, no era capaz de racionalizar lo que estaba sucediendo, las noticias del número de muertos, de las desesperadas demandas de los sanitarios de material necesario para poner fin y hacer frente al maldito virus, las noticias políticas…y todo ello me hacía vivir en una realidad fantasmagórica de la que no era capaz de salir. Gracias a la música (clásica o moderna), leer o ver la tele iba resistiendo el encierro y el silencio. El silencio es uno de los elementos que contribuyen a sembrar el miedo a la falta de vida, el miedo a lo desconocido. Esperamos con ansiedad a las ocho de la tarde para salir a las terrazas y aplaudir de manera solidaria a todos los sanitarios que nos están salvando la vida. Ellos son unos auténticos héroes.

El enemigo invisible se ha cebado con las personas de más edad, las residencias de ancianos han sido prácticamente abandonados, hasta el extremo de que han convivido ancianos vivos, con difuntos, algo espeluznante. La cantidad de ingresos en los hospitales ha obligado a dar asistencia a los más jóvenes, de manera que sí una persona tenía más de 65 años, no se la ingresaba y por lo tanto estaba condenada a morir. Ha sido un auténtico genocidio. En España más de 50,000 personas, y hoy día después de 65 días de confinamiento aún siguen muriendo del orden de 100 personas diarias. El panorama es apocalíptico.

Las consecuencias de la pandemia son incalculables, tanto en el aspecto sanitario, como en el social y en el económico. Hay un empobrecimiento que solo se puede comparar a la Segunda Guerra Mundial, o a la Guerra Civil, las filas de personas en espera de conseguir una ayuda para comer, es desolador. El paro se cifra en seis millones de personas que puede conducir a una crispación social con consecuencias desconocidas.

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