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Reacciones Psicológicas y Psicopatológicas de adaptación de los niños ante el fenómeno del confinamiento.

Por: Dr. Enrique Camarena Robles, Psiquiatra y Psiquiatra Infantil de la Adolescencia Psicoanalista, Presidente de la Asociación Iberolatinoamericana de Neurociencias y Psiquiatría.

En estos días de confinamiento hemos hecho en diversos niveles, un examen de conciencia e introspección sobre nuestra vida pasada y presente, pero sobre todo la que se nos avecina. Mucho se ha escrito sobre las emociones y sentimientos por las que transitamos, una palabra que domina el argot de los analistas de diversas áreas es, la incertidumbre. Esta última palabra significa “la ausencia de certeza”, que se traduce en inseguridad y sobre todo el miedo, que puede paralizar o activar, puede organizar o desorganizar. De qué depende de que experimentos unas u otras. De nuestra capacidad de resiliencia (resistencia y flexibilidad) o de la vulnerabilidad inherente de cada individuo o sistema. Es decir, de cómo está nuestro equipo neurobiológico y psicológico (fuerte o débil) y desde luego lo difícil o complicado de la circunstancia por la que navegamos. Esta visión adulto céntrica, deja a un lado lo que pasa con los que dependen emocionalmente de nosotros, los niños.  Aquí haremos una breve revisión de lo que se ha visto en el pasado y en el presente inmediato, alrededor de esta particular y larga confinación.

La Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de la facultad de psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona que es uno de los primeros centros de abordaje integral en trauma, crisis, estrés y conflictos en Iberoamérica. Esta institución ha abordado el tema que nos compete en este escrito.  Los expertos de este centro afirman sobre el impacto del aislamiento vistos en pandemias previas y tras desastres naturales o grandes catástrofes, y enfatizan que existe cuatro veces más posibilidades la presencia de estrés postraumático en niños en cuarentena, que en niños que no han estado en esta situación. De tal suerte que se antoja abordar este tema desde distintos ángulos de análisis, aunque para sorpresa de propios y extraños no hay mucho escrito al respecto, sobre todo tratándose las reacciones emocionales de los niños.

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Una cita obligada para el abordaje de este interesante tema es el del “Diario de Ana Frank”, revelador, dramático y fascinante, por haber sido escrito por una talentosa niña en situación de encierro forzado y persecución en la ciudad de Ámsterdam, Holanda durante la destructiva y larga Segunda Guerra Mundial.  Ana Frank fue una niña judía alemana, que se volvió célebre postmorten gracias a la publicación de su afamado diario, compilado y editado por su padre Otto Frank. En este nos describe sus vivencias, en una pequeña casa de dos pisos con un pequeño ático, teniendo 45 metros cuadrados de área. Se encontraba en la parte superior de un almacén y detrás de un pequeño negocio, que escondía la entrada secreta, a la que se accedía por una estantería giratoria. La talentosa niña de 13 años, nos relata en forma sencilla pero elocuente, con una visión profunda y una gran sensibilidad, sus sentimientos, emociones y dificultades, que va sorteando para vivir en ella misma, consigo misma y con sus siete acompañantes, entre los que se encontraban sus padres, su hermana mayor Margot, otra familia constituida por dos adultos y su hijo Peter (del que se enamoró) y un adulto más, un odontólogo amigo de la familia Frank. Desde que le fue regalado el diario “Kitty” (como ella misma le llamó), un día de su cumpleaños, le escribió proféticamente “de un modo como no he podido hacerlo hasta ahora con nadie, y espero que seas un gran apoyo para mí, Ana Frank, 12 de junio de 1942” y así lo fue durante dos largos años. La situación del lugar era compleja, los integrantes de este par de familias judías, no podían hablar durante el día, caminaban descalzos para no generar ruido y su contacto con el mundo era un radio, -que solo podían escuchar durante las noches-, y las pequeñas ventanas donde sólo “se veía un pequeño mundo” constituido por un traspatio circundado por varias casas y la torre de una iglesia cercana. Estas ventanas deberían estar cerradas con cortinas, por la posibilidad de algún vecino los viera y supiera de su existencia y encierro. Los grifos de la cocina y el baño no podían abrirlos. De ser descubiertos serían enviados a un campo de concentración a su suerte y muy probable muerte. Ana, según la descripción de sus amigas de la infancia era muy charladora, y ella no tenía con quien conversar en esta “casa secreta” como ella misma le llamaba. Así que “Kitty” fue su salvación, con este conversaba, reflexionaba, externaba sus anhelos e ideales. Quería ser periodista y escritora. Escribía sus dudas, sus resentimientos para con su hermana, a la que sentía celos por la admiración que sentía su madre hacia esta última. Sus incertidumbres y miedos tenían mucho fundamento, sabía por la radio que los judíos eran llevados a campos de concentración sin saber a ciencia cierta cuál era su destino final. Ana y sus compañeros de encierro, se aterraban por los constantes bombardeos ejecutados por los alemanes. Ese miedo fue después compensado al escuchar el ruido ensordecedor de los aviones aliados que cruzaban los cielos de Ámsterdam, para bombardear a su vecina Alemania. Aquí Ana se llenaba de esperanza, al escribir con énfasis y optimismo de que estos, eran el preludio de su libertad que tanto anhelaba. Así como Ana tenía recelo hacia su madre, amaba con ternura y admiración a su padre Otto, que le sobrevivió. Este era un hombre negocios, optimista y visionario (el tomo la decisión intempestiva, pero muy bien planeada, de salirse de Frankfurt, su ciudad de nacimiento y origen). Cuando Ana su madre y hermana fueron capturados y llevados a un campo de concentración después de su captura (fueron delatadas por un personaje hasta ahora desconocido), la relación con su madre cambio, se olvidaron los recelos que ella tenía con la primera, por la admiración de externaba a su hermana. Se volvieron más unidas para enfrentar el hambre, el miedo y la desolación. Ana moriría semanas después de hambre, desnutrición y las consecuencias del tifo muy común entre las gentes de los campos de concentración.

Esta pequeña biografía de Anna Frank nos lleva a pensar que es lo que experimentan los niños de todo el mundo ante el confinamiento obligado generado por la pandemia generada por el COVID-19. Las preguntas son múltiples, y no tenemos todas las respuestas. Pero haremos un análisis de las variables que están en juego para brindar el mejor apoyo a los niños en esta situación de crisis.

La primera variable a abordar es la edad de los niños. ¿Qué tanto influye la edad de estos últimos? Hay una regla básica, entre más chicos son los niños más dependen de sus padres.  Estos se convierten en la caja de resonancia de los mismos. La sensibilidad de los niños es inversamente proporcional al grado de conciencia de su entorno, y por ende de la estabilidad y armonía de este último, es decir la familia. Durante los bombardeos a Londres en la segunda guerra mundial, por parte de los alemanes, los londinenses se refugiaban en los túneles del metro, se observaba que mientras los padres se mantenían relativamente tranquilos, los niños se mantenían igual, y viceversa si los padres mostraban miedo manifestado con su lenguaje no verbal y verbal, los niños se mostraban más inquietos y temerosos. Es claro pues, que los padres juegan un papel fundamental en la tranquilidad y serenidad de estos.

De estos datos y reflexiones emanan varias reglas, sencillas pero útiles. Los padres deben de informar con palabras simples y claras sobre lo que está sucediendo. Segundo, siempre deben de corroborar que lo que están diciendo ha sido comprendido por sus hijos, ratificando a través de la repetición de los explicado por estos últimos, que lo que ha sido expuesto, ha quedado entendido. Es obvio que se deberá tomar en cuenta la edad del niño, ya que, entre más pequeños, su desarrollo epistemológico (desarrollo estructural de la inteligencia) es más primitivo y mágico. Tercero, en los niños preescolares se puede hacer uso del juego, de los simbolismos, de las comparaciones mágicas y animistas para la transmisión de conocimientos, certidumbres e inclusive de las incertidumbres. El niño pequeño necesita amparo y cobijo, por ende, el transmitirles seguridad y tranquilidad con palabras de afecto y cariño, puede ser suficiente para que estos estén apacibles. Nunca hay que dar por hecho que los niños no comprenden lo que pasa, estos son como esponjas, y su nivel ce comprensión puede tener niveles insospechados, por eso no hay que suponer que “no se dan cuenta”, y que no perciben las cosas. Aquí el dialogo, sobre todo con los niños escolares es imprescindible, el preguntarles que piensan, que sienten es más que importante. Investigar sus dudas, por más que parezcan obvias, para dar pie a su discusión y análisis. Si los padres no lo saben todo, es claro que tampoco tienen todas las respuestas. De aquí se deriva la afirmación, de que es preferible decir “no se” qué dar una respuesta falsa.  O saber postergar la respuesta con un “déjame investigar” o “más adelante lo sabremos”.

La segunda gran variable comunicación entre los niños y sus padres o tutores. Al respecto y aunque suene difícil, es importante conservar en la medida de lo posible una misma línea de información. Si los adultos nos agobiamos con la andanada de noticias, a veces falsas y otras confusas, que podemos de esperar de los niños que no tienen la experiencia ni el conocimiento para filtrar las noticias y fuentes de información. En este momento pico de la pandemia, hay más preguntas que respuestas, y debemos de ser pacientes y cuidadosos con lo que dice, se publica o se escucha. Así pues, si no hay certeza es mejor quedare callados y esperar. Aquí las reuniones familiares son inminentes y también necesarias, pero hay que dar espacio para que cada uno de los miembros de la familia, exprese sus dudas e incertidumbres, tratando de llegar a conclusiones y/o esperar que estas aparezcan.

La tercera variable tiene que ver con la particular situación, cultura y temperamento de cada familia. Las familias pueden vivir en espacios pequeños o amplios, sus incertidumbres varían con base en la posibilidad o no de mantener su estatus económico y/o social previo a la pandemia. Hay familias monoparentales y más extensas. En las primeras es una sola persona la que debe enfrentar los cambios adaptativos de un encierro, en las segundas hay “más recursos humanos para enfrentarlas” a la hora de la distribución de tareas y responsabilidades. La forma de abordar las crisis y conflictos también depende de la presencia o no de enfermedad mental previa en uno de sus miembros. Es sabido por diversos reportes, que las crisis por encierro en pandemias pueden desencadenar una serie de síntomas de depresión, ansiedad y miedo que puede empeorar el funcionamiento familiar, al grado de haber más manifestaciones de agresión física y verbal.  ¿La cultura y la forma de ver la vida influye? Pongamos un ejemplo, estas pueden apelar a su religión y su cosmovisión, siempre bajo del manto de la esperanza, que resultan una ayuda en situaciones particulares como esta. Debemos de comprender y por ende respetar estas formas particulares de abordar la angustia de nuestros pares o coetáneos, ya que ocasiones, es para ellos es su única fuente de esperanza. Lo que mantuvo viva a Ana en esos dos años de confinamiento, fue su diario en el que deposito sus anhelos y sus esperanzas, y desde luego el optimismo de su padre, de lo contrario, quizás no hubiera podido tener una vida llevadera en su corta vida.

Ahora hablemos del entorno (que sería nuestra cuarta variable), en este caso la casa. Todos hemos oído hablar de la expresión después de haber transitado momentos difíciles de aislamiento o de guerra, “pronto estaremos en casa”, la casa es la extensión del yo, de nosotros en la intimidad, nuestro espacio de movimiento, de nuestros límites. El Dr. E.T. Hall, antropólogo estadunidense de principios del siglo XX, fue el primero en identificar el concepto de espacio vital e interpersonal. El autor afirmaba “si nos fijamos en una aglomeración de gente”, por más apiñadas que se hallen las personas, mantienen es su alrededor un área inviolable que tratan de conservar. El Dr. Hall describió en su obra de “Hidden Dimensión” el espacio que de forma subjetiva al sujeto y las distancias físicas que trata uno de a mantener con los demás, dependiendo estas de las culturas donde se desenvuelva. Es decir, no todos tenemos las mismas necesidades territoriales. Hay dos tipos de espacios, continúa describiendo el autor, los fijos y los semifijos. Y hay cuatro zonas principales: la distancia íntima, la personal, la social y la pública, las cuales crecen en la medida que la intimidad decrece. Así pues, no es lo mismo vivir en confinamiento es un espacio físico amplio, que, en uno reducido, ni tampoco vivir en un espacio estrecho, donde la distancia íntima se reduce e inclusive asfixia. Luego entonces, anhelamos más espacio íntimo, pero también más espacio social.  Para un niño el espacio social óptimo lo dan otros niños, los extrañan, porque no todos los seres humanos juegan con ellos. Ahora en España han empezado a dejar que los niños salgan, seguro que fue un alivio para ellos. Nosotros como adultos, contamos no solo con el recurso adaptativo de confinamiento, si no con los recursos cibernéticos, que han dado un nuevo matiz a nuestras relaciones en esta etapa de encierro. El creador de la ampliación Zoom (una nueva forma de comunicarse con imagen a través de medios digitales) nunca se imaginó el boom que iba tener su aplicación, ya que miles de ejecutivos y usuarios lo están usando a nivel mundial.

Aun así, esto tiene un límite, no siempre el encierro favorece la unión, ya que las circunstancias pueden ser tan desfavorables que más disparan la fricción, el enojo y la agresión. Aquí conviene pues una nueva organización de los espacios, distribuyendo los tiempos y las áreas racionalmente.  Los niños demandaran su espacio vital dependiendo de la edad y sus necesidades, para ellos resulta más difícil, porque por antonomasia son inquietos y más motrices. Ante la imposibilidad de tener amplios espacios debemos apelar al juego, cualquiera que sea la naturaleza de estos. Aquí los juegos cibernéticos han sido una alternativa, que deberá de regularse alternando con otros juegos creativos y motrices, en la medida que el espacio lo permita. En España las madres de tres hijas han referido lo que han observado en su casa, las niñas inventan “historias cada vez más complejas, que continúan en el tiempo, no hay trocitos del cuento, como era habitual”. En este bello ejemplo de creatividad infantil se ve como estas infantas recurren a un juego simbólico valioso, con base a su propia imaginación e inteligencia, de manera que hay que dar pie a ello. La distancia íntima comprende entre los 15 y 45 cm. Que corresponde al espacio vital que más celosamente guardamos y al que únicamente invitamos a aquellos con los que tenemos algún vínculo emocional. Aun en los niños se tratará de respetar este espacio íntimo subjetivo, aquí nuevamente el tomar en cuenta la opinión del niño puede ser vital, para explorar sus necesidades. Como ustedes podrán observar el manejo de los espacios es básico, pero en esta situación resulta más que complejo porque las circunstancias no lo permiten. La creatividad aunada la comunicación puede ayudar a la nueva organización de espacios, tomando en cuenta la opinión de todos, incluyendo a los niños. En la casa de Ana, así se hacía, y aunque eran inevitables las fricciones, la organización y el respeto de los espacios ayudaba más la convivencia, que fue densa, larga y a veces dolorosa.  No se sabe con exactitud cuánto espacio vital necesita cada persona, ya que es una especie de burbuja que se expande y contrae constantemente dependiendo de la situación a la que se enfrente o de quien será el interlocutor o la persona con la que esta interaccionando. Si estamos conscientes que todos necesitamos un espacio vital, y que su reducción puede generar fricciones, podremos comprender y por ende tolerar más nuestras reacciones negativas. 

Una quinta variable es el cómo hablar de lo que experimentas, tus disgustos, tus enojos, tus pasiones, tus miedos resulta de una forma de manejar tus emociones, que desde la antigua Grecia fue se consideraba como una forma de purificación o purgación del alma, la acción conocida como catarsis. Esta última es una palabra descrita en la definición de la tragedia Poética de Aristóteles. Freud la retoma a finales del siglo XIX con sus pacientes tratados en Viena. La afamada paciente Ana O, refería que sentía un alivio la hablar de sus problemas con Freud, y la catarsis que de ella derivaba en sus sesiones en la calle de Bergasse, originando en el hecho uno de los prolegómenos del psicoanálisis. Para Ana F, no había mucha posibilidad de hablar de sus emociones en sus dos años de encierro, pero si tenía a “Kitty”, su amado diario con el canalizaba todas y cada una de sus emociones. Así resulta es que la recomendación es que no reprimamos las emociones de los niños, como el miedo, el estrés y la angustia ante la situación de crisis y confinamiento. Se requiere de un ejercicio de flexibilidad y tolerancia, y brindar apoyo para que los pequeños puedan desahogarlas. Las palabras de apoyo de los padres deben de ser honestas, sencillas, adaptadas a la edad de cada niño. Aquí hago un paréntesis, la edad cronológica no coincide con la edad mental del menor. Aquí vemos toda una suerte de espectro, ya que puede haber niños de nuevos años que ya cuenta con la inteligencia de un niño de trece, es decir existe ya el pensamiento abstracto y el pensamiento hipotético deductivo y, al contrario, puede haber niños cercanos a la adolescencia que todavía no tienen estas funciones cognitivas desarrolladas.  El padre que carece de estos conocimientos, pero puede corroborar la capacidad de comprensión de su hijo, dialogando, preguntando y dejando que el niño exprese sus miedos y sus dudas, y así tendrá una idea más clara en qué nivel de información se deberá de manejar cuando explique todos los fenómenos de una pandemia. Aurora Brossault consultora especialista en salud mental y apoyo psicosocial de UNICEF considera de los padres, maestros y tutores deben de brindar certeza y seguridad a los pequeños en medio de esta emergencia sanitaria. Pero, ojo, que pasa cuando estos, son presa de emociones difíciles de controlar, como es el miedo, la incertidumbre, la desesperanza, entre otras emociones negativas. ¿Pueden ayudar en estas condiciones emocionales a los niños? Lo primero es reconocer que todos y cada uno de los que transitamos por esta crisis sanitaria, podemos experimentar todas estas emociones perjudiciales, no somos infalibles. El adulto deberá de trabajar en ello con sus recursos y si resultara necesario consultar a un profesional. O en su defecto recurrir a otro adulto, que ha conservado más la calma y la armonía, esto puede ser de una gran ayuda para el adulto afectado. En condiciones de crisis en un sistema, surgen líderes lo cuales tiene más habilidades para gestionar, ya que cuentan con más información, o regulan mejor sus emociones. El adulto para el niño representa este líder, espera de él y a veces mucho. Aun así, en un sistema familiar, “surgen” lideres, para los propios adultos, y en estos puede recaer el control del sistema. Cada familia tendrá su líder, que no siempre es el padre, puede ser el abuelo, el tío abuelo, un tío materno, o simplemente un tutor. Aquí surge una palabra estratégica, relevo. El desgaste natural de un confinamiento largo, requiere que nos pasemos la batuta, cuando uno de los jefes o líderes de familia se cansa, puede dejar el relevo a otro. Otra estrategia que puede ser útil es el de redefinir roles y responsabilidades, y el niño no queda exento. Este puede y debe desarrollar tareas emergentes, en la inteligencia que estas funciones deben ser acordes a la edad del niño y su nivel de respuesta. El ayudar a poner la mesa, dar de comer a los perros, recoger objetos tirados, incrementa su nivel de responsabilidad y por extraño que parezca su autoestima. Es decir, estoy colaborando con mi grano de arena para salir de esta particular situación de encierro, mi colaboración ayuda y aporta, y comparto responsabilidades. Todos estos elementos le dan un valor al niño en el concierto de cambios adaptativos ante una situación novedosa y difícil.

La sexta variable de análisis son Las secuelas psicológicas, que podrían llegar a convertirse en un trauma en los niños más inestables emocionalmente. Según la edad, pueden mostrar diferentes reacciones de ansiedad, como comportamientos regresivos (lloriquear, estar más apegado, hablar como si fueran más pequeños, orinarse en la cama) o somatizaciones (dolores de cabeza o síntomas relacionados con la ansiedad u otras emociones negativas). Además, resulta habitual que aparezca una mayor desobediencia o rebeldía ante las normas. Al encontrarse los padres también más ansiosos, el ambiente en muchas ocasiones en casa será más tenso. Parte de estos problemas no podrán ser manejados en una primera instancia más que con las estrategias arriba planteadas, es decir comunicación, tolerancia, aplomo, paciencia y esperanza al esperar que los síntomas volverán a la normalidad, tarde que temprano. La comunicación con especialista en salud mental puede ser de gran ayuda ante el incremento de la psicopatología preexistente. 

Seguramente aprenderemos más de este inesperado y difícil proceso por el que transitamos. Cada país, cada cultura y cada familia tienen sus particularidades. Estamos en la misma tormenta, pero no la navegamos en el mismo barco. Debemos confiar en los recursos de cada familia. Pero también deberemos estar atentos a la situaciones cambiantes y críticas que se pueden dar en forma emergente para el cuidado y salud mental de nuestros niños.    

Bibliografía

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