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La Esquina del Blues y otras músicas:

Etérea, atemporal, omnipresente. Música que desde los confines del mundo llega a México y que trae los latidos de Estonia y el tintinnabuli, la onda sonora de las campanas que gozosas vibraron en el Palacio de Bellas Artes la noche del sábado 20 de octubre.

Sueño cumplido para muchos melómanos. La presencia en este país del compositor vivo más importante del mundo: Arvo Pärt, autor del minimalismo sacro.

No existen palabras para describir su música. Sólo una muestra de algunas de sus obras fue lo que presentaron la Orquesta de Cámara Tallinn y el Coro de Cámara Filarmónico de Estonia, el más renombrado de esa nación y cuyo repertorio abarca desde el canto gregoriano y el barroco tardío, hasta la música del siglo XX, dirigidos por Tõnu Kaljuste, tanto en el programa que se ofreció en el marco del 40 Festival Cervantino, como en su actuación del Palacio de Bellas Artes.

Momentos antes de iniciar el concierto, Pärt llegó al palco de honor y fue recibido por una larga ovación a la que con modestia agradeció y pidió silencio, aunque el público no obedeció y continuó el estruendoso aplauso.

El concierto comenzó con la pieza de 1991, “Fratres para violín, orquesta de cuerdas y percusión”, y mientras el solista arrancaba a su instrumento agudas y diáfanas notas, los volcanes de la cortina de cristal, ícono de la sala principal del Palacio de Bellas Artes, parecían mirar extasiados hacia el horizonte del imponente cuadro mientras la campanología, el tintinnabuli surtía su efecto hipnótico en los asistentes.

Siguió otra de las obras más conocidas del autor, “Cantus a la memoria de Benjamín Britten para orquesta de cuerdas y campana” (1977-1980). Canon en La Menor que produce una curiosa sensación de flotar en el vacío, de sentirse atrapado en un vórtice musical que gira interminablemente. Música en la que el tiempo era marcado por las enormes manos del altísimo director Tõnu Kaljuste. Y que al concluir, pasaron unos segundos para que la resonancia de la solitaria campana tubular se agotara y el público se entregara con un largo aplauso.

Del año 2009 fue la tercera obra: “Lamento de Adán para coro mixto y orquesta de cuerdas”. Más de 25 voces, las mejores de Estonia, interpretaron esta pieza en una noche que debe marcarse en el calendario como inolvidable ante la presencia de Pärt, autor del que entre otras cosas, podría señalarse que vive casi como ermitaño y difícilmente sale, pero sucumbió ante México.

Luego del intermedio se estrenó “Virgencita”, obra coral que el maestro compuso inspirado por la ilusión de viajar a este país. “Quisiera llevar esta pieza como regalo para el pueblo de México. He llamado a la obra Virgencita”, se lee en el programa de mano y en él se explica que está basada en la historia de Juan Diego.

“Salve Regina para coro mixto, celesta y orquesta de cuerdas” (2001-2011). De impactante resonancia vocal y conmovedora dulzura. Pieza conformada por tres obras compuestas cada una para diferentes momentos: la celebración de los 600 años de la Basílica de San Petronio, los 75 años del obispo Hubert Luthe y la conmemoración de los 150 años de la unificación de Italia. Salve Regina también fue modificada. Originalmente fue escrita para órgano y coro, luego se asignó a las cuerdas la parte del órgano y se añadió celesta y con ello su autor reforzó la “campanología”, sello distintivo del compositor estonio.

En la última pieza y para dar un mayor énfasis acústico, el coro se reacomodó y la música de los violines, violas, violonchelos y contrabajos y el piano continuó guiando al público a través del viaje atemporal de “Te Deum para tres coros, orquesta de cuerdas, piano preparado y arpa eólica grabada” (1984, 1985, 1992).

Al concluir el concierto Arvo Pärt fue conducido al escenario, donde recibió flores, obsequios y una larga, larga ovación. Ahí, sentado junto a la orquesta y el coro, escuchó el encore, una breve e íntima canción de cuna.

Tan sólo seis obras y un encore. Lo suficiente para que el público perdiera la noción del tiempo y del espacio y se ubicara en una dimensión que sólo puede encontrarse en la música verdadera. Sueño cumplido. Concierto inolvidable.

 

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